Abril 20
Estando el bienaventurado Francisco en este mismo lugar, vino para celebrar con él la fiesta de la Navidad del Señor un ministro de los hermanos. Éstos, con ocasión de la venida de este ministro y para honrarle, preparaban el mismo día de la Navidad una mesa cubierta de hermosos y blancos manteles que habían adquirido, y vasos de cristal para beber. Cuando baja el bienaventurado Francisco de la celda para comer y ve la mesa elevada y adornada con refinamiento, se aleja sin ser visto y pide a un pobre, que había llegado aquel día al eremitorio, prestados el sombrero y el bastón que había llevado en sus manos. Llama silenciosamente a uno de sus compañeros y sale al exterior del eremitorio sin notarlo los otros hermanos. Éstos se sentaron a la mesa sin esperarle; más que nada, porque el santo Padre los tenía habituados -y es lo que quería- a que, si él no llegaba puntualmente a la hora de la refección y los hermanos querían comer, comenzasen la comida. Su compañero cerró la puerta y quedó por dentro junto a ella. El bienaventurado Francisco llamó, e inmediatamente el hermano le franqueó la entrada. Avanzó -el sombrero echado a la espalda y el bastón en la mano como un peregrino- hasta la puerta de la casa donde estaban comiendo los hermanos y dijo como suelen los mendigos: «Por el amor de Dios, dad una limosna a este peregrino pobre y enfermo».
(LP 74)