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En primera línea

Francisco, de amor herido. VIII Centenario de la impresión de las llagas de San Francisco


08 Abril 2024

El pasado viernes, 5 de abril, el Santo Padre recibió, en la sala Clementina del palacio apostólico, a una delegación de frailes franciscanos procedentes del sacro convento de La Verna y de la Provincia toscana. Se trataba de una audiencia con motivo de verificarse el VIII Centenario de la estigmatización de nuestro seráfico padre, acaecida en torno a la fiesta de la Exaltación de la san Cruz del año 1224, que la Orden celebra el 17 de octubre.

Entre las iniciativas que se llevan a cabo en todo el mundo, los frailes que veneran el sagrado lugar llevan en peregrinación, por diversos lugares, esta reliquia consistente en un trozo de paño manchado en la sangre que manaba de las llagas impresas por el Señor en el cuerpo de su discípulo, conformado plenamente a Cristo pobre y crucificado.

El papa Francisco veneró la sagrada reliquia y bendijo a los presentes con ella, después de dedicarles el presente discurso e invocación.

Discurso del Santo Padre

Queridos hermanos, ¡bienvenidos!

Saludo al obispo de Arezzo-Cortona-Sansepolcro, que os acompaña, y a todos vosotros. Me alegra encontraros en el año en que conmemoramos el octavo centenario del don de los estigmas, que san Francisco recibió en La Verna el 17 de septiembre de 1224, dos años antes de su muerte. Gracias por traer aquí la reliquia de su sangre, que está haciendo una larga peregrinación entre varias comunidades, para recordarnos la importancia de la configuración a «Cristo, pobre y crucificado» (Tomás de Celano, Vida Segunda, n. 105).

Y es precisamente de esta configuración que los estigmas son uno de los signos más elocuentes que el Señor ha concedido, a lo largo de los siglos, a hermanos y hermanas en la fe de diversas condiciones, estados y procedencias. A todos, en el pueblo santo de Dios, nos recuerdan el dolor sufrido por nuestro amor y salvación por Jesús en su carne; pero son también signo de la victoria pascual: precisamente a través de las llagas fluye hacia nosotros, como a través de canales, la misericordia del Crucificado resucitado. Detengámonos a reflexionar sobre el significado de los estigmas, primero en la vida del cristiano y después en la vida del franciscano.

Los estigmas en la vida del cristiano

El discípulo de Jesús encuentra en san Francisco estigmatizado un espejo de su identidad. El creyente, de hecho, no pertenece a un grupo de pensamiento o acción mantenido unido sólo por la fuerza humana, sino a un Cuerpo viviente, el Cuerpo de Cristo que es la Iglesia y esta pertenencia no es nominal, sino real: ha sido impresa en el cristiano por el Bautismo, que nos ha marcado con la Pascua del Señor. Así, en la comunión de amor de la Iglesia, cada uno de nosotros redescubre quien es: un hijo amado, bendecido, reconciliado, enviado a testimoniar los prodigios de la gracia y a ser artesano de fraternidad.

Por eso, el cristiano está llamado a dirigirse de manera especial a los “estigmatizados” que encuentra: a los “marcados” por la vida, que llevan las cicatrices del sufrimiento y de la injusticia padecida o de los errores cometidos. Y en esta misión, el Santo de La Verna es un compañero de camino, que sostiene y ayuda a no dejarse aplastar por las dificultades, los miedos y las contradicciones, propias y ajenas.

Es lo que hizo Francisco cada día, desde el encuentro con el leproso en adelante, olvidándose de sí mismo en el don y el servicio, llegando incluso, en los últimos años, a “desapropiarse” esta palabra es clave–, desapropiándose en cierto sentido de lo que había comenzado, abriéndose, con valentía y humildad a nuevos caminos. Dócil al Señor y a los hermanos. En su pobreza de espíritu –insistamos en esto: Francisco, pobreza de espíritu– y en su confianza en el Padre ha dejado a todos un testimonio siempre actual del Evangelio. Si quieres conocer bien al Cristo doloroso, busca a un franciscano. Y vosotros, pensad si sois testigos de esto. 

Los estigmas en la vida del franciscano

Y llegamos al segundo punto: los estigmas en la vida del franciscano. Vuestro santo fundador os ofrece una poderosa llamada a la unidad en sí mismos y en vuestra historia. De hecho, el Crucifijo que se le aparece en La Verna, marcando su cuerpo, es el mismo que se había impreso en su corazón al comienzo de su "conversión" y que le había indicado la misión de "reparar su casa".

En este punto de la "reparación", quisiera incluir la capacidad de perdón. Vosotros sois buenos confesores: el franciscano tiene fama de esto. Perdonad todo, perdonad siempre. Dios no se cansa de perdonar: somos nosotros los que nos cansamos de pedir perdón. Perdonad siempre. De manga ancha, sí, pero siempre perdonad.

En Francisco, hombre pacificado en la señal de la cruz, con la que bendijo a sus hermanos, los estigmas representan el sello de lo esencial. Esto os llama también a vosotros a volver a lo esencial en los diversos aspectos de la vida: en los cursos de formación, en las actividades apostólicas y en la presencia entre la gente; a ser: perdonados portadores de perdón, curados portadores de curación, alegres y sencillos en la fraternidad; con la fuerza del amor que brota del costado de Cristo y que se alimenta en el encuentro personal con Él, para renovarse cada día con un ardor seráfico que abrasa el corazón.

Es hermoso que retoméis vuestro camino desde aquí, queridos hermanos franciscanos, en este año jubilar. Recomenzad desde aquí, especialmente vosotros, custodios de La Verna. Sentíos llamados a llevar a vuestras comunidades y fraternidades, en la Iglesia y en el mundo, un poco de ese inmenso amor que impulsó a Jesús a morir en la cruz por nosotros.  Que la intimidad con Él os haga, como a Francisco, cada vez más humildes, más unidos, más alegres y esenciales, amantes de la cruz y atentos a los pobres, testigos de paz y profetas de esperanza en este nuestro tiempo al que tanto le cuesta reconocer la presencia del Señor. Que podáis ser cada vez más signo y testimonio, con vuestra vida consagrada, del Reino de Dios que vive y crece entre los hombres.

Y hay algo que me gustaría deciros. Pienso en mi patria: hay algunos “comecuras” que, cuando llega un cura, tocan hierro, porque trae mala suerte, ¡pero nunca, nunca lo hacen con el hábito franciscano! Es curioso. Nunca se insulta a un franciscano. Por qué, no lo sabemos. Pero su hábito hace pensar en San Francisco y en las gracias recibidas. Adelante con ello, y no importa si debajo del hábito lleváis vaqueros; no hay problema, pero ¡id adelante!

Y precisamente para pedir esta gracia de continua y benéfica conversión, quisiera concluir invocando a vuestro seráfico padre con esta oración que os confío, pidiéndoos también que os acordéis de mí ante el Señor:

Invocación a san Francisco llagado

San Francisco,

hombre llagado por el amor Crucificado en cuerpo y espíritu,

te miramos a ti, adornado con los sagrados estigmas,

para aprender a amar al Señor Jesús,

a nuestros hermanos y hermanas con tu amor, con tu pasión.

Contigo es más fácil contemplar y seguir a Cristo pobre y crucificado.

Danos, Francisco, la frescura de tu fe,

la certeza de tu esperanza, la dulzura de tu caridad.

 

Intercede por nosotros

para que nos sea dulce llevar las cargas de la vida

y que, en las pruebas, experimentemos

la ternura del Padre y el bálsamo del Espíritu.

Que nuestras heridas sean curadas por el Corazón de Cristo,

para convertirnos, como tú, en testigos de su misericordia,

que sigue sanando y renovando la vida

de quienes lo buscan con corazón sincero.

 

Oh Francisco, hecho semejante al Crucificado

haz que tus estigmas sean para nosotros y para el mundo

signos luminosos de vida y de resurrección

que indiquen nuevos caminos de paz y de reconciliación. Amén.

Vaticano. Edición: Secretaría provincial

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