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En primera línea

Llamados a vivir la profecía desde lo cotidiano


19 noviembre 2018

Con el tiempo nos desgastamos a medida que lo vamos gastando, pero es también nuestro mejor aliado para hacer una cosa a cada tiempo y dedicar un tiempo a cada cosa (cf. Qo 3,1-11). La historia de nuestra vida es la historia de una formidable pérdida de tiempo, al no aprovechar armónicamente esa disposición que nos señala Qohélet. Vivir es una gran oportunidad y un arte cuya inspiración está en el seguimiento de Jesús, caminando cogidos de su mano y siguiendo sus pasos. Él va delante.

En nuestro tiempo actual, tendremos que ejercer de profetas de la vida cotidiana para que no se esfume fácilmente el proyecto de Dios. La profecía está en la relación fraterna, en el acompañamiento, en la comunicación transparente, en el diálogo circular, en los quehaceres compartidos y tantas veces tan sencillos y menores; nuestro compromiso es sacar adelante el proyecto extensivo del Reino de Dios y las responsabilidades que los hermanos ponen en nuestras manos. Está en el trabajo ordinario hecho extraordinario, es decir, con entrega, dedicación y amor desmedido. Está en la solidaridad con tantos hombres y mujeres de buena voluntad, con los que vamos creando lazos de fraternidad y de respeto mutuo. Está en el cultivo de los espacios habitados por el Espíritu, allí donde Dios nos comunica las mejores noticias que nos hablan al corazón.

También hemos de saber resistir, superando la tentación del cansancio y de creernos víctimas, cultivando experiencias de desierto, de soledad y de espera paciente. Compartiendo los riesgos, conscientes de que las cosas no siempre son fáciles, pero desde una pasión que nos viene del Evangelio y la vida de discípulos aprendices. La pasión por las pequeñas cosas, que son siempre las que nutren los grandes amores. Es desde aquí donde nos recupera el Señor con la vida de los sacramentos, la participación en la vida comunitaria, la apertura sencilla a los otros y la aceptación de las diferencias; desde la convicción de que Dios nos conduce al compromiso del servicio misericordioso, especialmente hacia los más pequeños y necesitados.

Fr. Severino Calderón, ofm

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