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Adviento = Esperanza


30 noviembre 2019

Este nuevo año litúrgico que vamos a iniciar, durante los cuatro domingos de diciembre: los días 1, 8, 15 y 22. Los Domingos de Adviento. Y del 17 al 23, los días de las Antífonas Mayores -Antífonas de la Oh-, (Sapientia; Adonai; Radix; Clavis; Oriens; Rex; Emmanuel). Y es que el Adviento  es tiempo de gracia y de esperanza…, pero, ¿qué es la esperanza?, es un tiempo de espera gozosa, paciente y confiada. Gozosa, por el bien que se espera y por la ilusión con que se espera, “aguardando la dicha que esperamos” (Tit 2,13).

Paciente, porque el camino puede hacerse largo y las dificultades podrían multiplicarse. ¡Cuántos palos recibe la esperanza en su caminar y cuántos fracasos tiene que sumar y cuántas noches oscuras que soportar! Confiada, porque el corazón o la gracia te aseguran la victoria. ¡Qué valiente es la esperanza!

La esperanza se  teje con los hilos de deseo y la certeza, que es lo que la distingue de los “sueños”..., pues, la esperanza cristiana tiene su fundamento último en Dios, ese Dios que no nos puede fallar, porque “es imposible que Dios mienta” (Hb 6,18), porque “Él permanece fiel” (2 Tm 2, 13). La razón de nuestra esperanza, Dios, nuestra roca y nuestro baluarte, nuestro escudo y nuestra fuerza, nuestra estrella… La esperanza cristiana se apoya en la palabra y en el amor de Dios, en la Palabra y en amor encarnados en nuestro Señor Jesucristo. Y así Jesucristo se convierte para nosotros en el amén de Dios, la última y definitiva certeza de nuestra esperanza: “Pues todas las promesas hechas por Dios han tenido su sí en Él: y por eso decimos por Él, “Amén” (2 Cor 1, 20).

La esperanza, la fe y el amor, se relacionan entre sí fuertemente como hermanas y caminan juntas ¿quién sostiene a quién?, pues, mutuamente se necesitan, se complementan. “La esperanza es la fe y el amor que peregrinan” (B. Häring). La esperanza es el aliento que empuja hacia adelante, que hace crecer la fe y al amor.

La esperanza no es distinta de la fe, sino que es la fe puesta en tensión, en crecimiento. Tampoco es distinta del amor, sino que es el amor-caridad desarrollándose, ampliando su punto de mira y la intensidad. Fe y amor, en cuanto crecen; fe y amor en movimiento; fe y amor en busca de plenitud; eso es la esperanza, así es el Adviento.

Cuatro semanas vigilantes, cuatro semanas dejándonos espolear por la esperanza. Cuatro semanas navegando por las rutas de la fe y del amor al viento de la esperanza, nuestro Adviento. Los días que dedicamos a preparar la venida del Señor, no sólo en Navidad, la venida del Señor permanentemente y progresiva. Así crece en nosotros la fe y la confianza en el Dios de las promesas y del éxodo; se aviva el deseo de presencia que es el amor; se ejercita la paciencia con la espera; aumenta la capacidad y la calidad de acogida; se afirma la vigilancia que te hace vivir en tensión y superación constantes; se urge el compromiso, porque la esperanza es activa y reza con gemidos, anhelando el soplo del Espíritu, y experimentas tu pobreza y tu incapacidad y lo esperas todo de Él.

El Adviento, la esperanza, “sacramentalizada” en el tiempo, nos hace pobres, confiados, pacientes, valientes, comprometidos, alegres…, capacitados para recibir todos los dones, los frutos que no son solamente gracias para nuestro dinamismo espiritual, porque la “gracia” es sobre todo encuentro personal con Dios. Todo sacramento es un lugar de encuentro con Cristo, y es que las cosas del Espíritu son así, que te enciende en deseos y presencias: ¡Ven, Señor Jesús! Así, el Adviento es, no un lugar, sino un tiempo de encuentro con el Señor, cuando cultivas la esperanza, Cristo se hace presente. Presencia y esperanza siempre retroalimentándose. El Adviento es sacramento de la venida de Cristo Jesús, del vientre purísimo e inmaculado de Santa María, la Madre de Dios, la Virgen del Adviento.

(Más información ver: Adviento 2016; Las Antífonas de la “O”; Colores litúrgicos).

 ¡Feliz Adviento!

Fr. Francisco M

Fray Francisco M. González Ferrera, OFM. 

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